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«Mercados reproductivos» en PIKARA

“Es importante visualizar la industria que se ha construido en torno a los óvulos y las gestantes”

JUNE FERNÁNDEZ
06/10/2021
ENTREVISTA
La socióloga Sara Lafuente Funes condensa en ‘Mercados reproductivos’ su análisis crítico de la capitalización de la crisis reproductiva. Aboga por explorar y potenciar redes intergeneracionales de cuidados que permitan modelos más libres y justos de crianza.
Foto: Merielli Mafra

España es, junto con Estados Unidos, una potencia mundial en reproducción asistida, debido fundamentalmente a una legislación laxa que favorece la comercialización (bajo el eufeminismo de “donación”) de óvulos. El boyante sector de las clínicas de fertilidad que capitaliza los problemas de reproducción y el retraso de la maternidad y de la paternidad, depende de dos tipos de mujeres: las que contratan tratamientos y las que aportan su material biológico. Pacientes y donantes se convierten, en esta lógica capitalista, en clientas y proveedoras. Las separan diferencias de edad y desigualdades socioeconómicas, pero ambas están atravesadas por un disciplinamiento fuerte de género y por un discurso patriarcal sobre la maternidad biológica (aunque no sea genética) como destino principal y anhelado de las mujeres.

En el ensayo Mercados reproductivos. Crisis, deseo y desigualdad, editado por Katakrak, Sara Lafuente Funes (Madrid, 1986) condensa parte de lo que aportó su tesis doctoral: ‘Bioeconomías reproductivas. Los óvulos en la biología pos fecundación in vitro’. Pero además, enmarca estas dinámicas en la crisis de cuidados desnudada por el feminismo. Y ayuda a explorar alternativas para ampliar las posibilidades, reducir el sufrimiento y las injusticias en torno a la reproducción y la crianza. La economista feminista Amaia Pérez Orozco destaca en el prólogo la apuesta de Lafuente Funes por la genealogía y el diálogo intrafeminista: “No ha redactado ‘un manifiesto por otra reproducción posible’, pero hace una aporte fundamental para escribirlo juntas”.

¿Por qué este tema? ¿Por qué se ha convertido la reproducción asistida en tu ámbito principal de estudio?
No entré directamente, sino a través del interés que me producían los discursos binarios con los que la biología y la medicina describen la reproducción sexual, que se hacen más fuertes ante modelos de reproducción que no encajan en esa norma sexual y binaria, como la partenogénesis. Analizar los estereotipos sexistas sobre los óvulos me llevó a ese entramado económico que se ha formado en torno a ellos, liderado por Estado español y Estados Unidos. De investigar los mercados reproductivos, salté a mirar de forma amplia cómo entendemos la vida, su sostenibilidad, y qué queremos hacer con la reproducción y la crianza.

Señalas que lo que llamamos “reproducción asistida” se limita en realidad a la fecundación; una interpretación androcéntrica que sobredimensiona la participación masculina.
Esa definición afecta a nuestra forma de pensar lo reproductivo, porque le da una centralidad a ese principio, del que tenemos muchas imágenes y que es el que se asiste tecnológicamente. Pero crear una nueva vida implica meses de embarazo en los que pasan cosas todo el rato que tenemos mucho menos visualizadas. Esos otros procesos que se dan por hecho conllevan un trabajo fuerte del cuerpo (generalmente) de las mujeres.

Al mismo tiempo, los hombres son los grandes ausentes en la publicidad de las clínicas de fertilidad, que se dirige a mujeres. Planteas que las técnicas y servicios que más se ofertan (fecundación in vitro y ovodonación) están asistiendo fundamentalmente al esperma…
Hay toda una carga social sobre los problemas reproductivos de las mujeres y su reloj biológico, pero se habla muy poco de cómo la edad y factores ambientales de la sociedad en la que vivimos afectan a la fertilidad de los hombres. La medicalización se orienta a que las mujeres produzcan más óvulos, a preparar su cuerpo para la recepción del embrión…. Los esfuerzos van siempre en esa dirección, en vez de plantear otras formas posibles, más holísticas, de abordar la infertilidad.

De hecho, hay un discurso médico que culpabiliza a las mujeres del retraso de la reproducción. Señalas la lógica capitalista del mensaje que las emplaza a prever e invertir en su fertilidad.
Sí, eso se ve sobre todo en la preservación de la fertilidad mediante la congelación de óvulos. No sé si es solo un discurso de las clínicas: hay una presión social y laboral que dirige a las mujeres a retrasar la maternidad (que tiene que ser biológica) y a prever cómo hacerlo. En ese mercado reproductivo participan los seguros médicos o las empresas que ofrecen como gran solución a las empleadas congelar sus óvulos. Profesionales de las propias clínicas me han expresado que estas técnicas no fueron diseñadas para asistir a este retraso de la maternidad y la paternidad.

Hablas de crisis reproductiva y la enmarcas en la crisis de cuidados que denuncia el movimiento feminista.
Es importante hablar de crisis reproductiva, pero a veces eso nos hace mirar solo a algunas partes, como la bajada de la natalidad. La solución no pasa necesariamente por que nazcan más bebés, pero sí por que haya unas condiciones socioeconómicas y políticas que pongan la la sostenibilidad de la vida en el centro. Se trata de nutrir una forma diferente de generar vidas, que resista a las lógicas del capitalismo productivista y adultocéntrico. Es importante que en el feminismo hablemos esto, tanto si nos queremos reproducir como si no, estemos o no enredadas en crianzas.

«El problema es que, a veces, para resolver algunos malestares reproductivos, podemos ahondar en injusticias sociales»CLIC PARA TUITEAR
Intentas diferenciar entre malestares reproductivos e injusticias reproductivas.
La reproducción es un espacio en el que se mezcla un deseo que nos mueve a muchas con unos niveles de frustración muy grandes, y con desigualdades muy fuertes. Están quienes se quieren reproducir y no pueden, quienes se ven abocadas a recurrir a un mercado reproductivo a pesar de no tener problemas de fertilidad… Señalo también los niveles de pobreza infantil… El problema es que, a veces, para resolver algunos malestares, podemos ahondar en injusticias sociales. Pienso en la transferencia de óvulos y la gestación por sustitución, en que unos cuerpos trabajen para la reproducción de otros cuerpos.

Resulta novedosa tu propuesta de desplazar el debate sobre la gestación subrogada de la analogía con el de la prostitución y vincularlo al del trabajo del hogar. Esto te permite hablar de cadenas globales de reproducción.
Sí, y hay una crítica feminista muy potente al trabajo en régimen de interinidad, que yo creo que es mucho más interesante para pensar la gestación subrogada, por la implicación corporal y de trabajar a tiempo completo. Luego tal vez deberíamos retomar el tema del trabajo sexual desde lo que consigamos pensar a través del empleo del hogar o la gestación por sustitución, pero no al revés, porque no nos lleva a ningún lado.

En los 80, la entonces emergente industria de la reproducción asistida preocupó a las feministas. Después de dos décadas sin prestarle atención, ahora el debate se centra en los vientres de alquiler.
Ha habido ciclos. En algunos momentos nos ha costado abordar el deseo de maternidad y la maternidad en general, y también ha dependido de la mayor o menor ebullición feminista. Las feministas de los 80 fueron visionarias en señalar problemáticas sobre el trabajo reproductivo o los análisis genéticos, pero también hicieron aproximaciones esencialistas sobre qué es ser mujer o ser madre, algo que está ocurriendo también de nuevo. Es difícil escapar de esto cuando hablamos de biología, incluso a mí me ha ocurrido escribiendo el libro.

Dedicas un capítulo a analizar los distintos modelos de regulación de la gestación por sustitución, incluida la prohibición, y encuentras en todos fuertes problemas. ¿Qué debe defender el movimiento feminista?
La gestación por sustitución no surge de forma aislada sino dentro de un sistema que deja la reproducción de la vida en los márgenes. Necesitamos sobreponernos a las posiciones fuertes del debate y buscar puntos en común: la crítica a esos mercados que se presentan como solución y capitalizan la capacidad reproductiva de las mujeres que donan óvulos o gestan para otras personas. Creo que es importante visualizar la industria que se ha construido en torno a ellas. Tenemos que ser conscientes de que existe un mercado global y el papel que tiene el Estado español como potencia en reproducción asistida. Por eso, es cierto que resistir a la regulación favorable a la gestación subrogada es importante, pero tiene sentido siempre y cuando se haga en diálogos internacionales similares a los que existen con la venta de órganos, como dice Itziar Alkorta.

«Quizá una respuesta a la crisis reproductiva esté en tender hacia formas más amplias de entender la familia, el parentesco y la crianza»CLIC PARA TUITEAR
De hecho, señalas que, si se legaliza la gestación subrogada, España se convertirá en el principal destino europeo, como pasa con la ovodonación.
Sí, y tenemos que pensar qué implicaría esa normalización. Yo creo que lo ideal es tender hacia un modelo desmercantilizado y relacional de la transferencia de capacidades reproductivas. Autoras como Carolina del Olmo, Carolina León o Esther Vivas han señalado que una de las cosas que provocan mucho sufrimiento, agotamiento y sobrecarga tanto en el proceso de quedarse embarazada y de tener hijos, como en la crianza, es que lo hacemos en unidades muy pequeñas, de una o dos personas. No creo que eso se pueda resolver de la noche a la mañana, porque está muy embebido en nuestros deseos y subjetividades, pero es importante señalar que quizá una respuesta esté en tender hacia formas más amplias de entender la familia, el parentesco y la crianza. Esto puede habilitar formas menos intensivas de maternar, que permitan que lo reproductivo se haga desde el placer y el compromiso y menos desde los mandatos y el sacrificio. Puede hacer también que precisemos menos de los mercados reproductivos, y que las técnicas tengan un papel diferente en nuestras vidas, uno facilitador, no invasivo, confiable.

Pero los modelos alternativos suelen topar con obstáculos legales… Hasta en entornos queer nos resulta más sencillo seguir el camino impuesto: matrimonio y clínica de fertilidad.
Sí, muchas nos sentimos en una especie de espacio fangoso en el que no queremos repetir los esquemas de familia de los que venimos pero a la vez no tenemos un modelo alternativo totalmente funcional, no hay recetas que seguir, y nos faltan espacios donde hablarlo, construirlo, intuirlo. En esa ausencia, el mercado nos ofrece respuestas, la familia tradicional nos ofrece respuestas… y ahí nos vamos apañando. Ahora mismo, la autogestión reproductiva para las bolleras es muy complicada a nivel legal. No se puede pretender que la gente se autoinmole en algo tan importante como la filiación de las criaturas. Pero se trata de ver por qué esas restricciones están ahí, qué papel tiene el hecho de que se esté favoreciendo a la industria. Se trata también de visibilizar modos de crianza en colectivo que ya están funcionando, otros que podrían funcionar, y pelear para que sean reconocidos legalmente.

Haces una propuesta concreta: que en el registro civil y en los libros de familia se reconozca a más de dos personas progenitoras.
También en los permisos de cuidados: que no sean solo para quienes son definidos como padres, madres o tutores legales. Me parece interesante la idea de que los libros de familia no partan del matrimonio como institución y que puedan responder a la configuración de familias elegidas. No sé si el modelo es el que propongo en el libro, que los libros de familia partan de las criaturas que nacen y reconozcan su red de afectos. O si tal vez no haga falta que haya criatura para que exista la posibilidad de establecer una red afectiva reconocida legalmente como tal.

Lafuente aboga por la creación de un banco público de gestión de los embriones y de los óvulos para frenar su mercantilizaciónCLIC PARA TUITEAR
En España, la reproducción asistida se ha desarrollado en torno a una industria privada y, curiosamente, en este campo la sanidad pública es muy débil. Tú propones crear un banco público de óvulos, gestionado por la Organización Nacional de Transplantes (ONT).
Para tender hacia la desmercantilización, que haya medidas de intervención pública del mercado de óvulos puede ser clave. Habría que ver cómo se aterriza eso en una propuesta, pero sería interesante dar una vuelta a la donación de óvulos mediante la participación de la ONT, que gestiona otros tejidos con una lógica distinta a la de la acumulación y el beneficio capitalista. Incluso para las propias clínicas podría tener sentido que hubiese un banco público de gestión de los embriones y de los óvulos. Con la regulación actual, que es muy flexible, la gestión entre clínicas presenta una variedad brutal.

¿Y cómo nos organizamos para hacer incidencia política? No conozco nada similar en el Estado español al colectivo argentino Antinatural: Lesbianas por la justicia reproductiva.
En Barcelona hubo varios intentos, de hecho se llegó a plantear un proyecto de banco de esperma autogestionado. En muchas ocasiones, esto se vive desde la experiencia directa: a quien no le toca, le da pereza el tema; a quien le toca, a menudo le genera angustia, y una vez se logra el embarazo, se suele pasar a otra cosa. Sin embargo, si lo abordamos dentro de una lucha más amplia contra la mercantilización de la vida o vinculado a otras demandas de justicia reproductiva, igual se podrían hacer más propuestas. Por eso me parece importante vincular las luchas.

Por cómo describes el impacto del turismo reproductivo en España y las dinámicas neocoloniales hacia el sur global, pienso que dos de esas luchas son la anticapitalista y la anticolonial.
España tiene una doble faceta: es norte global y sur de Europa. El papel que juegan las empresas españolas en la expansión de bancos de gametos en América Latina (también en países africanos como Guinea Ecuatorial) es clave, porque juegan con la baza de traer el modelo ganador a nivel empresarial y biotecnológico. Por otro lado, el Estado español es un proveedor de servicios turísticos, de ocio y reproductivos. Hay resistencia para hablar de turismo reproductivo, porque se dice que viajar para reproducirse no tiene que ver con el ocio. Pero el turismo no es solo ocio, es una industria que genera daños, es una industria de consumo del otro. Esto también se da cuando la gente del norte de Europa acude al Estado español y, sobre todo, a la costa mediterránea, para hacerse tratamientos con óvulos donados.

De hecho, el Parlamento indio ha frenado la llegada de personas extranjeras para contratar gestación subrogada, calificándola de una forma de biocolonialismo…
Sí, esas lógicas se reproducen dentro de los países y entre los diferentes países. En el caso de la India, la presión internacional también empeoraba las desigualdades internas.

Otro vínculo que aparece de soslayo es con el antiespecismo, por el uso de la reproducción asistida en la ganadería intensiva.
Es fundamental entender que estas tecnologías no solo afectan a los seres humanos. Se comenzaron a utilizar en otras especies, con una lógica productivista dirigida a la ganadería más intensiva y a la optimización de producción de animales. Pero la cuestión no se limita a la ganadería. Algunas autoras hablan de que, en el desarrollo de los medios de cultivo para la reproducción asistida en humanos, se utilizan cartílagos de embriones no humanos. Digamos que no son veganos. Es una industria que consume distintos tipos de recursos, entre ellos, animales.

En el prólogo, Amaia Pérez Orozco llama a que el debate sobre la reproducción asistida no se limite a las mujeres…
Tendemos a preocuparnos por estos temas las mujeres atravesadas por un deseo o una experiencia reproductiva. En cambio, se habla poco de los grandes ausentes en el debate. Por un lado, es importante reclamar al Estado y al sector privado que no den por hecho la sostenibilidad y la reproducción de la vida, que asuman su responsabilidad sobre ella. Pero, a la vez, no queremos que la controlen. Por otro lado, están los hombres…

…que se resisten en mayor medida que las mujeres a renunciar a su contribución genética. Ese es un escollo para otra de tus propuestas: fomentar la donación de embriones sobrantes de procesos reproductivos de otras personas. ¿Deberían abordar este tema los grupos de hombres por la igualdad?
Hay varias tareas que se podrían abordar desde espacios de hombres contra el heteropatriarcado. Por un lado, no asumir que la reproducción se puede dar en cualquier momento de la vida y entender los ciclos vitales. Fundamentalmente, porque reproducirse tarde tiene un efecto peor en el cuerpo de las mujeres, los embarazos son de riesgo, van a tener que acudir a óvulos o embriones donados… Por otro lado, replantearse la necesidad de que la paternidad vaya vinculada a lo genético. Quizá un mayor apego a través de cuidados y de crianza ayude a relativizar ese vínculo genético, que hace que en muchas relaciones hetero se acuda a la donación de óvulos en vez de la de embriones, o que se vivan peor los problemas reproductivos.

¿Quieres decir algo más, para no terminar hablando de los hombres?
Resulta fundamental valorizar los intentos de redes de crianza y de cuidados alternativas. Me viene a la cabeza un artículo de Andrea Momoitio sobre las redes de amistad. Entre feministas, configuramos familias de elección muy potentes, en las que no todo funciona, pero hay apuestas que merece la pena intentar. Hay muchos lugares a los que mirar, pienso en proyectos pequeños pero valientes que ponen la vida en común, como La Ingobernable en Madrid o el festival Agrocuir de Ulloa. Pero también en Silvia Agüero, cuando habla de que las payas tenemos que aprender de las redes de cuidados de las gitanas. Las redes vecinales también son fundamentales. La gentrificación y la turistificación de las ciudades son contrarias a la sostenibilidad de la vida, de la crianza y los cuidados. Y en el ámbito rural, este tema está interconectado con la lucha por la atención primaria o la defensa del pequeño comercio. Amaia habla de buscar medidas de transición y de resistencia. Yo añadiría desarrollar la creatividad para tejer redes de cuidados intergeneracionales que permitan disfrutar de crianzas más libres tanto para quienes están en la posición adulta como para quienes están creciendo.

Nota de la autora: Asumo, como también hace Sara Lafuente Funes en el libro, que este diálogo se ciñe a los discursos y experiencias de las mujeres y hombres cisgénero. En el libro, por cierto, se nombra entre las injusticias reproductivas la esterilización forzosa de personas trans que puede suponer el requisito de tratamiento hormonal para la rectificación de nombre y sexo en el registro civil.



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