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«Las guerras de género» en INFOLIBRE

Nuria Alabao: "Las políticas más importantes para las mujeres salen del Ministerio de Trabajo o de Vivienda"

Sabela Rodríguez Álvarez
@SabelaRulinha
18 de mayo de 2025

Días después de que el mundo entero mirase hacia la fumata blanca, Nuria Alabao (Valencia, 1976) no puede evitar contemplar con cierto asombro los ruegos que claman por un candidato progresista. La contradicción es mayúscula, porque fue precisamente el Vaticano el lugar que vio nacer uno de los conceptos que rápidamente se convertirían en el motor de la extrema derecha en todo el globo: la ideología de género.

Lo recuerda Alabao en su segundo libro, Las guerras de género. La política sexual de las derechas radicales (Katakrak, 2025), que presentará el próximo 22 de mayo en La Maliciosa (Madrid). En el ensayo, la periodista no sólo disecciona las alianzas entre la Iglesia y la ultraderecha, sino que también escarba en las raíces de su discurso reaccionario y en su ofensiva radical contra el feminismo y las disidencias sexuales. La también antropóloga social lo hace en un momento de especial crudeza, en el que la desafección política y la crisis de representación han derivado no en un proyecto transformador desde la izquierda, sino en la invocación de viejos fantasmas capaces de persuadir hasta a las generaciones más jóvenes.

¿Está la derecha capitalizando la desafección política y la crisis de representación? ¿Ha fracasado la izquierda transformadora a la hora de redirigir esa desafección hacia proyectos alternativos?

Estamos en un momento en el que presenciamos múltiples crisis: la ecosocial, las crisis económicas que se suceden, la propia crisis del neoliberalismo e incluso de la democracia liberal. Y las derechas radicales están sabiendo instrumentalizar muy bien los malestares que se generan alrededor de estas crisis. Esos malestares muchas veces tienen bases materiales, están relacionados con el miedo al descenso social de las clases medias, o con el resentimiento de los sectores sociales más desfavorecidos, que sienten que a veces tienen que competir con los migrantes por los recursos. A medida que crece esta desafección política, las opciones ultras pueden utilizar sentimientos como la rabia o el miedo para impulsarse. Vemos que son muy buenos manipulando estos sentimientos, estas emociones que también son muy movilizadoras. Si ocupan ese espacio, el de tratar de representar a los sectores sociales excluidos, es porque hay un vacío, porque no se consigue canalizar estos malestares en un sentido emancipador o porque no hay opciones radicales o de izquierdas que se configuren como alternativas verdaderas en este escenario, o incluso que resulten creíbles, o porque parecen muchas veces demasiado cercanas al statu quo.

¿Esa cercanía con el ‘statu quo’ puede tener reflejo aquí con los partidos a la izquierda del PSOE?

Aquí, para que Vox pueda ascender por encima del techo electoral que tiene ahora, tendríamos que tener una crisis económica más profunda. Pero sí es cierto que precisamente durante la crisis del 2008, con la emergencia del 15M, se consigue apuntar al capitalismo financiero y al sistema de partidos como responsables y, sin embargo, cuando las opciones políticas que salen de ahí se institucionalizan, no cumplen las promesas que habían hecho y no se percibe que hayan conseguido cambios radicales, por lo que se acaban leyendo casi como parte de la clase política tradicional. En ese vacío es cuando realmente Vox empieza a obtener réditos electorales.

En el libro analiza la retórica antisistema de la extrema derecha. ¿Es realmente la ultraderecha antisistema?

Si entendemos el sistema como la organización económica, como el capitalismo, precisamente donde están gobernando los vemos completamente del lado de este sistema. A veces es casi una vuelta de tuerca más, porque precisamente una de las características de las extremas derechas es que legitiman y agudizan las jerarquías sociales. Trump está apostando por una bajada radical de impuestos a las grandes fortunas y también está beneficiando a las grandes empresas con contratos del Gobierno Federal. Pero combina esto con atacar las bases de la democracia representativa. Lo que se está formulando ahora como liberalismo son democracias, entre comillas, donde se están reduciendo las libertades civiles o los contrapesos institucionales. Digamos que son democracias que se vacían por dentro. Son antisistema en el sentido de que muchas veces están minando la democracia representativa.

¿El auge de Vox se explica como reacción a los avances sociales y al ciclo 2018-2020 del 8M y a la labor del Ministerio de Igualdad?

Existe una cierta reacción al ciclo feminista y Vox trata de transformar esa reacción en apoyo político a su partido. Sin embargo, hay que incidir en que los discursos antigénero llevan gestándose casi cuarenta años. Los actores fundamentalistas —iglesias, activistas y organizaciones de todo tipo— han conseguido convertirlos en una gramática política disponible, de manera que los partidos conservadores saben que en el contexto actual pueden impulsarse en esos marcos discursivos para conquistar poder. Es decir, que es una reacción, pero significa algo más; un vuelco quizás, una reorganización de las hegemonías a nivel global que todavía están recomponiéndose. En cuanto a los avances legislativos, a cómo se ha reflejado la potencia del ciclo en nuevas leyes, yo diría que los logros, más allá de la ley trans, son escasos. De hecho, normalmente las políticas más importantes para las mujeres no se hacen en el Ministerio de Igualdad, sino en el de Trabajo, el de Vivienda o el de Derechos Sociales, o en toda la acción de gobierno. Todo aquello que incide, digamos, en múltiples aspectos de sus vidas.

Los datos parecen afirmar que son los jóvenes los que se sienten más seducidos por las tesis ultras. ¿Cómo es posible que los jóvenes se identifiquen con posiciones reaccionarias? ¿No es un contrasentido?

Yo matizaría un poco. Creo que las generaciones más jóvenes son más abiertas con la sexualidad, más inclusivas e incluso en la práctica son más igualitarias. En las encuestas vemos que la opción política que más apoyan tampoco es Vox, es la abstención. Es verdad que Vox tiene un soporte muy significativo en estos tramos de edad más bajos. Los chavales identifican esta opción como la más radical, la contestataria, esto de que se presentan como antisistema, contra lo políticamente correcto. En ese sentido sí podemos hablar de una reacción, porque de alguna manera se asimila el feminismo con la autoridad, con una ideología de Estado, porque el Gobierno se declara como feminista, las autoridades escolares se declaran como feministas, la mayor parte de programas de televisión… es el ecosistema en el que se mueven. Ellos, de alguna manera, identifican oponerse a eso con una opción casi contracultural o contestataria. Eso lo aprovecha bien la extrema derecha, tanto Vox como los influencers que los jóvenes utilizan de forma mayoritaria para informarse: convertir malestares diversos que pueden tener estos chavales en reacción antifeminista.

Ahí entra en juego la discusión de si el feminismo está sabiendo seducirles a ellos o les ha dado la espalda.

El feminismo mainstream no tiene un proyecto que les incluya. Lo que ellos reciben de estos discursos es que todos los hombres son violadores y que deben renunciar a sus privilegios. Muchas veces estamos hablando de chavales jóvenes que en su entorno más inmediato no son capaces de percibir esa desigualdad, entonces estos mensajes no cuadran con su realidad. Esto lleva a que se pueda desencadenar una reacción al sentirse culpabilizados, mientras que las extremas derechas tienen un proyecto para estos chavales, les incluyen, les dan un sentido de pertenencia, de sentirse reconocidos y escuchados. Es un proyecto irreal porque no va a dar respuestas a sus problemas de vivienda, de falta de trabajo, de precariedad, etc. Lo va a desviar, lo va a convertir en un antifeminismo, en una cuestión cultural, que es fundamentalmente uno de los mecanismos que utiliza la extrema derecha, tanto con el tema de migración como con el tema de género. Es una respuesta falsa, pero es una respuesta. Desde el feminismo tendríamos que saber explicar nuestro proyecto de manera que haya un espacio para estos chavales, que formen parte de nuestra idea de liberación.

Con todas las miradas puestas en el nuevo papa, resulta apropiado recordar que la ideología de género tiene precisamente su origen ahí, en el Vaticano, a partir del año 2000.

El Vaticano se ha revelado como un buen productor de memes ultraderechistas. Tanto la ideología de género como la defensa de la familia tradicional son un invento de la Iglesia. El papa Francisco utilizó esta idea de la colonización ideológica, según la cual Occidente está intentando imponer, en territorios como África, valores que no son parte de esas sociedades. El problema es que muchas veces estos papas son progresistas, entre comillas, en temas en los que la Iglesia no tiene potestad. Sin embargo, en cuestiones morales, básicamente donde la Iglesia tiene capacidad de mover las cosas, ahí tampoco el papa Francisco se ha salido del dogma católico de los últimos veinte años.

En España, la Iglesia ha estado detrás de las grandes movilizaciones contra derechos fundamentales de las mujeres y personas LGTBIQ+.

Aquí el movimiento de base más fuerte contra los avances del Gobierno de [José Luis Rodríguez] Zapatero, como fueron la reforma del aborto, el matrimonio homosexual y la ley de educación, lo lideraron organismos católicos o, directamente, la Conferencia Episcopal. Eso se ve en muchos países de América Latina, pero también de Europa del Este, como Polonia, donde también se está retrocediendo en derechos.

En el libro hace un llamado a la calma: dice que son pocos pero muy activos. ¿Existe una sobredimensión mediática?

Los medios de comunicación también son negocios, pelean por la atención del público y muchas veces son las declaraciones más escandalosas las que parece que van a conseguir más lectores. En ese sentido, se reflejan más las opiniones extremas, igual que sucede con los algoritmos de las redes sociales. Por eso funciona tan bien la comunicación de estas opciones ultras en internet, porque se compaginan bien con modelos de negocio donde se está promocionando las reacciones, los clicks, los likes, e incluso la relación en contra de sus discursos es la que los posiciona en redes sociales y les da visibilidad.

Establece una distinción entre la ultraderecha de los países occidentales y aquella que nace en Europa del Este, pero sitúa a Vox en una suerte de híbrido. ¿Qué elementos coge de cada una de estas dos categorías?

Las familias de extrema derecha son muy amplias: neonazis, neocatólicos o lo que se llama extremas derechas renovadas. Muchas veces, precisamente, lo que tiene cierto éxito electoral en Europa Occidental es esta extrema derecha renovada, porque de alguna manera se adapta a muchos cambios sociales y culturales que han tenido lugar a partir de 1968, con todas las revueltas feministas y LGTBIQ+. Vox es un extraño dentro del contexto de Europa Occidental porque es mucho más antifeminista que otros partidos como Reagrupación Nacional Francesa, los demócratas suecos o el Partido por la Libertad holandés. Vox confronta muy directamente con el 8M, habla de feminismo supremacista y está claramente posicionado contra el aborto. Pero por otra parte sí que utiliza elementos de las extremas derechas de Europa Occidental. Por ejemplo: no es abiertamente homófobo, sino que tiene la misma estrategia homonacionalista que los partidos del entorno: no habla contra los homosexuales, sino que se muestra como su defensor señalando que hay que proteger a estas personas de otras culturas más atrasadas y ahí fundamentalmente hablan del Islam. Hablan contra los migrantes y dicen que una política LGBTIfriendly equivale a cerrar las fronteras. Lo mismo que con la estrategia femenacionalista: atribuir la violencia sexual a los migrantes. Es una de las estrategias fundamentales de las extremas derechas en cuestiones de género.

¿Es efectivo en España?

Ellos intentan vincular la migración a un problema de seguridad. Es uno de los ejes fundamentales, que tiene mucho que ver con su autoritarismo: la necesidad de más policía y más penas, como la permanente revisable para los violadores. Ese es su marco y creo que ese sentimiento antiinmigrantes que empieza a existir, se construye a partir de ahí. Vincularlo al crimen es una estrategia que de alguna manera está funcionando y que viene desde la colonización.

Esa idea del populismo punitivo, ¿cala también en la izquierda? El debate, por ejemplo, tuvo bastante impacto a raíz de la ley del sólo sí es sí.

En este país la izquierda ha asumido esto plenamente, incluso muchas veces hace bandera de ello. Cada vez que ha habido una reforma del Código Penal, tanto del PP como del PSOE, ha acabado en un endurecimiento de las penas. Es verdad que podíamos esperar algo diferente de Podemos, pero con las consecuencias de la aprobación de la ley del sólo sí es sí, no ha habido una explicación de que las penas en España por estos delitos son de las más altas de Europa, sino que se ha intentado decir que la ley no modificaba las penas e incluso se ha sacado pecho de que ponen penas accesorias nuevas. Se ha alardeado de un cierto punitivismo también desde la izquierda.

En el libro también habla de cómo ciertos sectores del feminismo utilizan tesis que se asemejan a los discursos ultras, especialmente en lo que respecta a las mujeres trans.

Eso es algo que ha sucedido también en otros países. En Inglaterra lo acabamos de ver con esta sentencia del Tribunal Supremo que define a la mujer dentro de un marco biológico, para excluir a las mujeres trans. Lo que hemos visto aquí es precisamente que ese discurso contra la ley de autodeterminación de género lo ha liderado un sector que en parte estaba vinculado al PSOE, un sector que se declaraba feminista y que utilizaba argumentos feministas. Es el sector que ha tenido un discurso más relevante en términos sociales y de capacidad casi de frenar la ley, porque precisamente provenía de la izquierda. Pero si coges el argumentario de Abogados Cristianos, lo que ves es que calca punto por punto los argumentos del feminismo transexcluyente. En tema de discurso sí se ha producido una convergencia.

Otra similitud que destaca es el discurso de cierta ultraderecha que reivindica el papel de las "mujeres hechas a sí mismas", con el feminismo liberal.

Pueden compartir ciertas ideas. Primero es importante ver a quién están dirigidos sus discursos: a la clase media. Por otra parte, como hace el mismo Vox, entienden que la igualdad es una cuestión puramente formal. Afirmar que ya están todos los derechos reconocidos es un marco que a ellos les sirve para identificar que toda política feminista discrimina a los hombres. Monasterio, aunque ya no está en Vox, hacía anuncios donde salía con su casco, visitando una obra, como mujer que trabaja, etc. Hacía cierta reivindicación de su papel como mujer que es madre, pero que también puede ser una profesional realizada. Marine Le Pen y Giorgia Meloni juegan a esa idea. Y esa es también la representación del feminismo liberal que va a un determinado tipo de mujer que tiene una carrera consolidada, pero que también puede compaginarla con la maternidad.

En el contexto español no habla sólo de Vox. En el libro menciona que el gran laboratorio de los neocones españoles se conformó alrededor del Gobierno de Esperanza Aguirre, especialmente en torno al reparto de fondos a organizaciones antiabortistas. ¿Está el PP volviendo a estos orígenes, presionado por Vox?

El PP hace malabares para no perder votantes hacia Vox sin que se le vayan los más liberales. Pero, en cualquier caso, estos repartos ideológicos, este clientelismo de financiar determinadas organizaciones, es un clásico del PP siempre que ha gobernado en cualquier comunidad. En la Comunidad de Madrid lo hacía Esperanza Aguirre, pero lo está haciendo ahora también [Isabel Díaz] Ayuso, porque va financiando a distintos sectores sociales para comprar su apoyo. Pero, al mismo tiempo, su partido ha decidido que no va a seguir impugnando este derecho, así que se mueven en esas coordenadas, en los dos extremos para no perder apoyo electoral.

En el libro afirma que "a la hora de lanzar sus guerras de género necesitan sobre todo buenos soldados". ¿Los tienen? ¿Hay apoyo en las calles?

Las guerras de género consiguen introducir cuestiones relacionadas con la sexualidad que generan mucha capacidad de movilización. Esas personas van a sentir que tienen una especie de misión, que son fundamentales y que de su capacidad dependen asuntos que son fundamentales. Ahí sacan el tema de la infancia amenazada por la educación sexual en las escuelas, o de las personas trans, que también de alguna manera se intenta asociar con la pedofilia. Ese tipo de exageraciones les funcionan para generar personas que están dispuestas a movilizarse, salir a las calles y apoyar campañas por redes sociales. Hay una sensación de pertenencia a una comunidad y eso es uno de los elementos que forman parte de su éxito. Puede ser que en muchos lugares estas opciones no sean mayoritarias, pero en este momento tampoco hay una gran movilización social, así que el hecho de que haya una cuanta gente dispuesta a salir a la calle o a hacer campaña electoral es un buen activo político.



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