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Srećko Horvat en CTXT

SREĆKO HORVAT / FILÓSOFO E IMPULSOR DE DIEM25

«La UE nunca fue un sueño democrático»

IRENE G. PÉREZ
El activista y filósofo croata Sreko Horvat
BARCELONA | 25 DE MARZO DE 2017

Si Europa no logra hacer una transición hacia una utopía común, la alternativa es una deriva hacia la guerra. Así de claro lo ve el activista y filósofo croata Srećko Horvat (1983), que el lunes 13 de febrero impartió una conferencia en el Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona (CCCB) en la que habló sobre el negacionismo en el que vive actualmente occidente. “El FMI reconoce que las medidas de austeridad no funcionan, pero aún así las sigue exigiendo; en Silicon Valley se están centrando en habitar Marte en lugar de intentar solucionar o aliviar problemas existentes en la sociedad”, lamenta el autor. Para Horvat, es necesario actuar en el nivel local, nacional y europeo para “intentar conseguir lo que no consiguió la generación de Stefan Zweig”.
Entre sus obras figuran El sur pide la palabra: el futuro de una Europa en crisis (Libros del Lince, 2014), del que es coautor junto con Slavoj Žižek, y La radicalidad del amor (Katakrak, 2016). Además es uno de los impulsores, junto con el exministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis, de DiEM25, un movimiento paneuropeo que hace una revisión crítica de la Unión Europea con el objetivo de generar un entorno de prosperidad compartida para todos sus ciudadanos.

Parece que, pese a las medidas de austeridad, en general, los ciudadanos europeos se están inclinando por los movimientos de derecha o incluso de extrema derecha. ¿A qué cree que es debido?

Lo que hemos visto en los últimos años en Europa es que, precisamente debido a las medidas de austeridad, las altas tasas de paro, los desahucios y la falta de inversión, el descontento de la gente está creciendo cada vez más. Y la izquierda, o la socialdemocracia, no ha sido capaz de ofrecer una respuesta o soluciones creíbles. Todo lo contrario, fueron los socialdemócratas los que, en cierto modo, crearon esta situación al desmantelar el Estado del Bienestar implementando medidas neoliberales. Tenemos el ejemplo de François Hollande, que se hace llamar socialista, y aprobó una reforma laboral sacada de un manual de neoliberalismo. Hay una parte importante de la población en el paro totalmente insatisfecha con el sistema actual. También tenemos la crisis de los refugiados, que ha traído como consecuencia un aumento de la xenofobia, el alzamiento de muros, la suspensión de Schengen… El resultado es que la derecha y los partidos extremistas están creciendo en toda Europa. Y, no sólo los de derechas, sino también lo que se conoce como extremo centro, como el Gobierno de Viktor Orbán en Hungría y lo que puede llegar en Francia con Le Pen. Creo que la clase trabajadora –como se vio en el Brexit, por ejemplo – está votando por los partidos de derechas, populistas, precisamente porque los socialdemócratas no consiguieron sacar a Europa de la crisis. Los populistas de derechas están teniendo éxito al vender la ilusión de que ellos serán los que crearán nuevos trabajos e inversiones, aunque es solo una ilusión.

¿Qué necesitan los socialdemócratas para recuperar esa confianza?

No creo que puedan recuperar el terreno porque la socialdemocracia del siglo XX no se puede replicar en el siglo XXI. Necesitamos más imaginación política, nuevas recetas y nuevas políticas económicas que no sean las neoliberales. Los socialdemócratas fracasaron cuando empezaron a aceptar y a implementar la ideología y economía neoliberal en forma de medidas de austeridad.

Entonces, ¿debemos aceptar que el Estado del Bienestar, tal y como lo hemos conocido, ya no es factible? ¿O la forma de conseguirlo es distinta?

El Estado del Bienestar del siglo XX ya no es posible por una serie de razones concretas. Su origen parte de un compromiso histórico entre trabajo y capital, tras la Segunda Guerra Mundial, y de un intento de la clase dominante, de los capitalistas principalmente, de evitar que la clase trabajadora se inclinara por el socialismo. Les ofrecieron un capitalismo de rostro humano, que contenía el Estado del Bienestar y democracia. En las últimas décadas comprobamos, sin embargo, que ese matrimonio capitalismo-democracia se ha acabado. El capitalismo ha cambiado, ya no necesita la democracia. Véase el ejemplo de China o de sistemas autoritarios como el de Erdogan, Putin, Orbán o Trump.

En El sur pide la palabra trata la adhesión de Croacia a la Unión Europea y cómo ni la UE ni el Gobierno croata consiguieron hacer una campaña atractiva para convencer a la población de que participara en el referéndum, una vez estaba todo negociado. Menciona también que la UE siempre encuentra la manera de obtener el resultado que quiere en las votaciones. ¿La Unión que tenemos actualmente es menos democrática que la de hace unos años o nunca entendimos realmente cómo funcionaba?

La UE nunca fue un sueño democrático o de una zona libre. Desde sus inicios, en 1953 cuando Francia y Alemania crearon un mercado común, junto con los países de Benelux, funcionó como un cártel económico. La idea de evitar una guerra entre ellos se deriva de ese acuerdo. Si tienes un mercado común no te planteas una guerra porque eso lo paralizaría. Al menos ese era el caso hasta la actualidad. Lo que vemos ahora es que la UE es aún menos democrática. No hay más que observar acontecimientos como la crisis griega y el referéndum del oxi, en el que un 62% de la población votó en contra de las medidas de austeridad y, sin embargo, bajo la presión de la Troika, Syriza se vio obligada a aceptar un tercer memorándum y nuevas medidas de austeridad.

Otro caso es el referéndum irlandés de 2008, cuando los ciudadanos votaron en contra de lo que quería la UE [el 53,4% rechazó el Tratado de Lisboa],y ésta forzó una segunda consulta para obtener el resultado deseado. En general, la democracia europea consiste en ir a las urnas cada cuatro años y eso no es realmente democracia porque la gente no puede realmente decidir. Pueden decidir si quiere Coca-Cola o Pepsi, si se las pueden pagar, pero ya no pueden decidir si quieren sanidad pública o educación pública. Y cada vez más, especialmente la población de la periferia, son conscientes de ello, de que Alemania es el vehículo de la UE y de que hay una clara división entre el centro y la periferia.
Lo interesante es que esto se ha convertido en un bumerán desde la periferia al centro. Los salarios en Alemania llevan años congelados y en Francia están implementando una reforma laboral que ya se había hecho en países como Grecia y España. El Brexit es una consecuencia de lo mismo; los británicos ya no ven en Europa la luz al final del túnel, sino la luz de otro tren que se acerca.

En sus libros también menciona que a los croatas se les mentalizó de que era elegir entre la civilización (Europa) o la barbarie (los Balcanes). ¿Quién creó esas etiquetas?

Este es un viejo mito que se remonta más allá de la UE. Maria Todorova lo refleja muy bien en su libro Imagining the Balkans. Durante siglos, cuando los europeos occidentales viajaban a los Balcanes y escribían sobre ellos, los describían como un lugar en el que podía pasar “cualquier cosa”, “esa gente loca que vive ahí”. En los noventa, cuando empezó la guerra, los Balcanes seguían siendo percibidos como ese “corazón de las tinieblas” europeo. Se hablaba de “locos croatas y locos serbios matándose entre ellos como si no supieran hacer nada más”. Sin embargo, fue Yugoslavia la que creó la asistencia sanitaria gratuita, la educación pública gratuita, una infraestructura social. Su nivel de vida era superior al actual. Antes de la adhesión de Croacia y de Eslovenia a la UE, se percibía un ostracismo. Incluso croatas y eslovenos, principalmente los intelectuales liberales, decían que, si no entrábamos en la UE, tendríamos otra guerra, inestabilidad, nacionalismo, etcétera.
Pero si miras a Europa actualmente, ves guerras, guerras civiles, terrorismo cada semana, inestabilidad, ausencia de un sueño de prosperidad común. Así que creo que fue un mito que se vendió a los votantes croatas. Nos lo vendió Europa, y también los intelectuales croatas que estaban espantados de pertenecer a los Balcanes y que querían incorporarse a la “Europa civilizada”, aunque Europa como tal ya se estaba desintegrando.

Aunque no parece que vaya a suceder pronto, hace tiempo que está sobre la mesa la adhesión de Serbia. ¿Cree que los croatas vetarían esa incorporación?

No depende tanto de los croatas, sino de los serbios. Serbia es uno de los países más interesantes en la actualidad en términos geopolíticos, especialmente tras la victoria de Trump, que ya ha dicho abiertamente que no le importan los Balcanes, lo que significa que Serbia será todavía más un protectorado de Rusia. Ahora ya hay una gran influencia de Rusia en Serbia. Por ejemplo, Gazprom posee parte de la que antes era la compañía estatal de petróleo de Serbia. También hay una fuerte presencia de capital chino y árabe. Por ejemplo, planean construir lo que llaman Belgrade of the Waterfront [Belgrado de la ribera], un complejo de rascacielos, tiendas y demás. Los Emiratos Árabes Unidos son los dueños de lo que antiguamente era JAT, la aerolínea estatal yugoslava, que ahora es propiedad de Etihad. Geopolíticamente, Serbia está no solo cerca de Rusia, sino también de China y de Emiratos Árabes Unidos. En este sentido, cuando miras desde Serbia a Europa, con la crisis económica y los problemas que hay, Europa está en una posición aún peor que cuando Croacia se adhirió en 2013. A eso hay que sumarle el Brexit... un país que deja la UE. Por otra parte, en la UE nadie habla de ampliación como hicieron con Croacia. Realmente está en el aire y no sé cuántos años pueden pasar hasta que Serbia se incorpore o se plantee siquiera entrar.

¿Cómo están gestionando los Balcanes la crisis de los refugiados?

Al principio había mucha solidaridad, sobre todo por parte de la gente, que iba a las principales estaciones de trenes y campos y proporcionaban comida, alojamiento y ropa a los refugiados. Todavía tenemos una memoria reciente de nuestra guerra que desplazó a muchos miles de personas. Eso cambió cuando Hungría cerró las fronteras, construyó muros y levantó vallas. Entonces, Serbia, Croacia y Eslovenia se encaminaron en la misma dirección.
Ahora la ruta de los Balcanes está cerrada, aunque todavía llegan refugiados y lo peor es que la situación se ha normalizado. En Belgrado, en la principal estación de trenes, hay varios miles de personas, sobre todo de Afganistán. Existe una división entre los refugiados de guerra, que son los buenos, y los demás, que son refugiados económicos, una construcción ideológica cínica. Se ha normalizado. Pero esto no solo pasa en los Balcanes. He estado en Calais, en Idomeini… en todas partes es así. Hay refugiados en las calles, durmiendo en bancos, en estaciones de tren y metro, y la gente se ha acostumbrado a ello, se ha normalizado.

Sobre Croacia explica también la forma en la que el Gobierno privatizó las compañías públicas tras la guerra. ¿En qué sentido y hasta qué punto jugó un papel la UE en esas privatizaciones?

El primer paso hacia la privatización empezó en Yugoslavia en 1979, antes de que muriera Tito, cuando Yugoslavia consiguió el primer préstamo del FMI. Hasta 1986, Yugoslavia consiguió seis préstamos del FMI, y cuando el FMI presta no te lo regala, sino que pide algo a cambio. Y lo que pidieron fueron medidas de austeridad, desindustrialización y privatizaciones graduales, que, en mi opinión, llevaron a una creciente insatisfacción, nacionalismo y, posteriormente, a la guerra. Las compañías europeas utilizaron la guerra como doctrina del shock. Gran parte de la población estaba luchando entre sí, creyendo que los serbios o los croatas eran los enemigos, y, al mismo tiempo, la élite croata tenía muy buenas conexiones con la élite europea, así que durante ese periodo la mayoría de los bancos se privatizaron –actualmente, alrededor del 90% de los bancos que operan en Croacia son alemanes, franceses o italianos--. Todo lo que era propiedad del Estado se privatizó gradualmente, como las telecomunicaciones, que actualmente son de Deutsche Telecom. También se vendió la mayor farmacéutica. Justo cuando estalló la guerra, Coca Cola empezó a comprar recursos hídricos en Serbia, Bosnia y Croacia. Ahora nos encontramos en una situación en la que no sólo las infraestructuras, las fábricas y la industria ya no existen porque se privatizaron, y en la que también los recursos naturales se están privatizando, sino que, además, nos enfrentamos a la privatización gradual de la educación y del sistema sanitario.

En su libro publicado en 2013 menciona la importancia de una izquierda europea unificada. ¿Cuán cerca o lejos estamos de ese objetivo?

No muy cerca. No obstante, mantengo la tesis de que, sin una unificación de los movimientos progresistas, no hay futuro para Europa. Y cuando digo esto no me refiero sólo a que la izquierda debe unirse, sino que creo que todos los demócratas progresistas deberían unirse y ampliar los horizontes, lo que significa que los socialdemócratas, liberales, izquierdistas, ecologistas, feministas, etc., deberían unirse en un movimiento común. Esa es la razón por la que, junto con Yannis Varoufakis, iniciamos DiEM25, que trata de proporcionar una infraestructura y ampliar los horizontes para los progresistas que todavía creen en Europa, no en el sistema actual de la UE, sino en la idea de una Europa basada en la solidaridad, la igualdad y la prosperidad.



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