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«Las guerras de género» en CTXT

NURIA ALABAO / AUTORA DE ‘LAS GUERRAS DE GÉNERO’
“La sexualidad desata grandes pasiones, que juegan un papel central en la política”

Vanesa Jiménez 19/05/2025
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Nuria Alabao, investigadora especializada en las cuestiones de género y las nuevas extremas derechas. / Luis Sevilla

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¿Por qué muchas de las discusiones actuales tienen que ver con el género? ¿Qué hay en el género que logra imponerse en el debate público? ¿Cómo se ha convertido en una gramática política que están utilizando los partidos conservadores? Hace más de dos años, Nuria Alabao (València, 1976), investigadora y activista, pensó que debía dar respuesta a esas preguntas con las que se topaba a diario en su trabajo como periodista –es licenciada en Periodismo y doctora en Antropología–. Y siguió leyendo, estudiando y reflexionando sobre lo que ella llama “guerras de género”, un elemento clave de las luchas políticas del momento. Así nació lo que hoy es Las guerras de género. La política sexual de las derechas radicales (editorial Katakrak), un libro serio, complejo y muy documentado que trata sobre el uso del pánico moral como estrategia del movimiento ultraconservador global. Al otro lado del tablero, la ausencia de “un proyecto político emancipador o de izquierdas que dé respuestas a este escenario de múltiples crisis”.

Alabao es la coordinadora de la sección de Feminismos en CTXT y la persona a la que yo acudo cuando necesito algún armazón teórico sobre el movimiento feminista. También es una amiga, por lo que usaré el tuteo en esta entrevista, que es más una conversación sobre muchas cuestiones que la autora ha ido desgranando en sus artículos en esta revista. Charlamos por videoconferencia durante una hora. Ella en Málaga, frente al mar; yo en un Madrid gris y frío, en la mañana de San Isidro.

Sitúas el orígen de las guerras de género en 1968, cuando, en palabras de Emmanuel Rodríguez, se inicia la “crisis del paradigma de la centralidad obrera como sujeto universal de las luchas” y, también, cuando eclosiona el feminismo.

La década de los setenta, sobre todo a partir de mitad de esa década, es fundamental para entender cómo se configura hoy este universo de extrema derecha. Entonces se produce una suerte de reacción que renueva el campo de la derecha, sobre todo en Estados Unidos y en Europa. Hay una gran reacción contra la potencia de las luchas feministas, de las disidencias sexuales… que en ese momento están conectadas con las luchas por la ampliación del estado del bienestar o por la liberación negra en Estados Unidos, entre otras. Esas movilizaciones sacuden los consensos imperantes y crean otros nuevos, que de alguna forma van a transformar la sociedad de una manera muy profunda y yo creo que también irremediable. Parte de la reacción que existe hoy es precisamente contra esos nuevos consensos, que en cierto modo son inamovibles, pero que siguen provocando una respuesta: la liberación sexual, la puesta en cuestión de la división sexual del trabajo, etc.

Es verdad que en esos años se viven los últimos coletazos del poder de la clase trabajadora, pero también emergen nuevos sujetos, como las mujeres y las disidencias sexuales; se teje un relato que vincula la libertad sexual con la revolución social. Y ante esto surge el conservadurismo cultural como una forma de oposición, que generará una nueva hegemonía mundial. Podemos decir que se produce una alianza entre el conservadurismo y el neoliberalismo naciente. Y con esta nueva gramática política, Reagan o Thatcher alcanzan gobiernos con proyectos que confrontan directamente las luchas de los sesenta. Aquellos primeros gobiernos neoliberales triunfan de alguna forma en lo económico, pero en lo cultural solo en parte, ya que no consiguen detener los cambios sociales a largo plazo.

Y frente a la incapacidad para frenar esos avances se articulan lo que tú llamas pánicos morales.

Las guerras culturales son poderosas porque tienen implicaciones profundamente emocionales. Temas como el género, la familia o las políticas sexuales están muy cargados de miedos y afectos, y son capaces de movilizar pasiones que los actores de derecha radical potencian para convertirlas en energía política. La sexualidad es capaz de desatar grandes pasiones y estamos en momentos donde las emociones juegan un papel central en la política. De manera que estas cuestiones se convierten en extremadamente útiles para unir a distintos actores, para ocupar la agenda o para conseguir movilización política –que las personas sean buenos soldados de estas guerras culturales en la calle o en los teclados–. En tiempos de gran desafección política, tener personas muy movilizadas, aunque sean pocas, es una herramienta muy poderosa, y eso es lo que consiguen las guerras de género. Es el caso del aborto en muchos lugares, o el de la infancia amenazada, cuando se habla de la educación sexual o incluso cuando se asocia a las personas trans con la pederastia. O, como hemos visto en España con la reacción a la ley de autodeterminación de género, la idea de que las personas trans suponen una amenaza a las mujeres. Es una guerra cultural que ha liderado un sector reaccionario del feminismo. Eso también hay que remarcarlo: las guerras culturales o guerras de género también pueden ser utilizadas por proyectos que supuestamente se asocian a la izquierda.

Por último, quería hacer un matiz, las guerras de género tienen una doble constitución. Por un lado, son parte constitutiva de los proyectos políticos ultraconservadores en su visión de la nación y de las relaciones entre los géneros. Pero, por otro lado, pueden ser utilizadas de manera táctica. Por ejemplo, las compañeras polacas explicaban que el último ataque contra el derecho al aborto se produjo durante la covid, cuando el Gobierno tenía que enfrentar un descontento ciudadano fuerte contra los confinamientos. Ahí fue muy útil introducir en la sociedad el debate sobre el aborto.

Mujeres supuestamente feministas contra otras mujeres. Las guerras culturales funcionan como herramienta política.

Por un lado, como he comentado, las guerras culturales consiguen movilización en tiempos de creciente desafección política. Nos encontramos en un momento de crisis de acumulación, el beneficio tiene dificultades para reproducirse, y de crisis ecosocial, pero también parece que el propio neoliberalismo e incluso la democracia liberal están siendo cuestionados. Por otro lado, se han quebrado los horizontes de emancipación. No parece haber salida por la izquierda.

Las extremas derechas condensan en términos culturales las inseguridades vitales –miedo al descenso social, a caer en la pobreza, inseguridad en el trabajo, etc–. Digamos que cogen esas inseguridades vitales y las traducen en guerras de valores. Se trata de neutralizar el conflicto social por las condiciones materiales convirtiéndolo en guerras de género o de valores. No estoy diciendo que estas cuestiones sean secundarias respecto de lo material, también son muy importantes. Lo que subyace a su proyecto es una relegitimación de las jerarquías sociales y para ello utilizan la familia, el género… y cómo se entrecruzan con la raza y las migraciones. En las últimas décadas, los roles de género o las formas de familia se han transformado de manera fundamental. Han emergido con fuerza nuevas identidades como las de las personas trans, las personas no binarias, etcétera. Para algunas personas todo ello aumenta la sensación de inestabilidad o incluso lo viven como una amenaza a su propia identidad. Hay cambios sociales que, aunque para nosotras puedan ser un avance, otras lo viven como una amenaza a las coordenadas que organizan su mundo. Ahí se generan afectos y miedos que pueden ser manipulados para generar movilización ultraconservadora.

Te oigo hablar de guerras culturales y me pregunto si el objetivo final es ganarlas. O si, por el contrario, lo que importa es el durante, la batalla. En los últimos años, gran parte de la izquierda española ha entrado en ese marco.

La guerra cultural no tiene ganadores porque se agota en sí misma. Es un estilo de confrontación que solo consigue polarizar y cuyo objetivo es la propia contienda. Hay un momento, después del triunfo del neoliberalismo, en el que en Occidente tanto los partidos de izquierda como de derecha implementan básicamente las mismas políticas, o muy parecidas, pero a través de un discurso cultural muy diferente. Y aquí entran los debates sobre cuestiones de género, el aborto o el matrimonio homosexual. En España, durante la década de los noventa y los dos mil, realmente hasta que estalla la crisis económica las peleas bipartidistas entre el PSOE y el PP trataban fundamentalmente de eso. El 15M vuelve a poner en primer plano de la política la cuestión de la riqueza en el capitalismo financiero, apunta a las políticas de austeridad de la troika como responsables de la crisis… El 15M interrumpe momentáneamente las guerras culturales para volver a poner la cuestión económica en el centro.

Los partidos que surgen de ese 15M asumen las guerras culturales cuando llegan a las instituciones.

Cuando Podemos llega al Gobierno vemos que, ante la dificultad para emprender transformaciones de calado, por ejemplo en la cuestión redistributiva, vuelve a situar en el centro otro tipo de cuestiones –o se agota en publicitar como grandes transformaciones medidas muy limitadas como la última reforma laboral–. Uno de los ministerios que más relevancia pública va a tener será el de Igualdad, precisamente por la capacidad de operar en ese campo lleno de emociones, y que con determinadas políticas enciende otra vez el debate entre conservadores y progresistas que a veces devora todo el campo político.

En este contexto, funciona agitar el miedo a la extrema derecha.

Cuando nos preguntamos por qué triunfan las extremas derechas hablamos de sus relaciones con determinadas élites mundiales o de su gran financiación, pero una de las causas de su emergencia es el vacío de horizontes transformadores creíbles. No estamos siendo capaces de proponer un proyecto político emancipador que dé respuestas a este escenario de múltiples crisis. Cuando gobiernan los partidos de izquierda se muestran incapaces de grandes reformas estructurales o de resucitar el pacto entre capital y trabajo que dio lugar al estado del bienestar, está herido de muerte por factores diversos. Desde el triunfo del neoliberalismo, estamos perdiendo la lucha de clases: ha aumentado la desigualdad de manera radical mientras crece el número de megarricos. Ese es el escenario en el que nos movemos. Por supuesto, la falta de proyecto tiene que ver con la disolución del movimiento obrero, y de la institucionalidad propia que es la que daba sentido y sostenía materialmente estos proyectos emancipadores. No es un problema exclusivo de los partidos, sino de que estos carecen de las organizaciones y bases complejas a las que responder. En el caso de España, la socialdemocracia puede ganar elecciones con una combinación de medidas progresistas, sobre todo en lo cultural, pero también agitando el miedo a “que viene el fascismo”. El problema es que esa política funciona de forma limitada. En cualquier caso, España es un oasis respecto a otros países. Aquí sucede algo peculiar porque el PSOE todavía tiene el apoyo de importantes segmentos de la clase trabajadora o incluso de los parados. Es decir, representa a unos sectores sociales que en otros países europeos la socialdemocracia ha dejado de representar y que, en parte, se están yendo hacia las extremas derechas.

Hablas de otros países, hablemos de Europa. Dedicas gran parte de tu libro a analizar cómo funcionan las guerras de género en los distintos territorios.

En Europa se dan dos escenarios muy diferenciados respecto a las guerras de género que coinciden más o menos con las líneas que demarcan Europa del Este y Europa Occidental. Aquí se producen dos oleadas ultras que van a acabar convergiendo. La primera se da a partir del 91, en Europa del Este, después de la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética. En ese contexto surgen opciones políticas nacionalistas que van a adoptar una versión ultraconservadora de la sociedad. Luego hay otra oleada que se produce en Europa Occidental después de la crisis de 2008, que pone el foco en los refugiados y donde los partidos de extrema derecha empiezan a tener relevancia institucional. La llegada al gobierno de Vladimir Putin en 2012 provoca además un contexto favorable para determinadas derechas, sus discursos funcionan, son herramientas útiles para conseguir poder. De hecho, Putin va a utilizar cuestiones de género y de valores como una forma de intervencionismo en la región para recuperar su área de influencia previa al desmembramiento de la URSS. Rusia opone los valores tradicionales a una identidad europea que se ha construido a partir de derechos liberales: feministas o de las disidencias sexuales. De esta manera, los países de Europa del Este tienen políticas antigénero mucho más radicales y ahí sí se está retrocediendo de forma muy clara en las conquistas que existían. También se intentan impedir los avances, por ejemplo, constitucionalizando que el matrimonio solo puede ser entre un hombre y una mujer –biológicamentes diferenciados– como sucede en Hungría y Rusia.

En Europa Occidental, sin embargo, hay valores que se han convertido en hegemónicos; por eso, las fuerzas de extrema derecha saben que si quieren conseguir aceptación social y voto, van a tener que adaptar sus discursos a ese contexto. Así encontramos a una Marine Le Pen que votó a favor de la constitucionalización del derecho al aborto en Francia, o a Geert Wilders, el líder de la ultrederecha en los Países Bajos, que está a favor del matrimonio homosexual. Lo más distintivo es cómo vinculan estas cuestiones de género a la cuestión migrante nativista o racista, que es el eje principal de movilización de la extrema derecha en toda Europa. Este asunto es fundamental y muy peligroso, porque disfraza con tintes progresistas su oposición a los migrantes, o a las personas musulmanas.

En España conocemos bien ese discurso. Las personas migrantes ya no vienen a quitarnos el trabajo; ahora lo hacen para violarnos.

Ese es uno de los principales discursos en toda Europa. En España es Vox quien sostiene ese discurso homonacionalista y feminacionalista. Se presentan como los verdaderos defensores de las mujeres, de las personas LGTBIQ, respecto de esos otros que son los migrantes o las personas musulmanas. En los relatos del fascismo clásico la amenaza venía del judío; ahora el gran Otro en Europa es el musulmán. De esta forma racializan el sexismo, vinculan el machismo a otras culturas que ellos asocian con lo musulmán. Y eso les permite, también, elaborar una suerte de supremacismo occidental por el cual nuestras culturas serían superiores a las de otros países. Yo creo que aquí reside uno de sus principales peligros. Independientemente de si son capaces o no de cambiar políticas, están estimulando afectos sociales de odio, reacciones que luego se convierten en algaradas racistas, como hemos podido ver en Gran Bretaña este verano con los pogromos contra los musulmanes o aquí en España, con los ataques contra centros de menores migrantes.

España es un nodo central de la internacional antigénero...

Sí, sobre todo por las relaciones de muchas de las organizaciones ultras con América Latina; lo vimos, recientemente, en el encuentro antiabortista en el Senado encabezado por Mayor Oreja. Aquí una de las más relevantes es HazteOir, que tiene su contracara internacional en Citizengo, financiada precisamente por magnates rusos y por la derecha religiosa estadounidense. Son actores centrales que están conectados con otras organizaciones similares en Europa del Este, como Ordo Iuris, e integrados en las redes que teje el Congreso Mundial de las Familias. Este es uno de los nodos fundamentales de agitación y de puesta en contacto de actores ultraconservadores de todo el mundo. Además, se utiliza como herramienta de intervención política en los países donde se reúnen, por ejemplo en España en 2012, cuando había una batalla abierta por la reforma de la ley del aborto. Otra organización que tendríamos que resaltar es Abogados Cristianos, que replica las herramientas de grandes organizaciones de la derecha religiosa estadounidense, como el Liberty Council o Alliance Defending Freedom; ambas financian lobbies en las instituciones europeas.

Tampoco podemos olvidar a un actor central como es la Iglesia católica a través de sus numerosos agentes. Aunque ahora está más apaciguada, la Conferencia Episcopal española ha sido muy relevante, por ejemplo durante las movilizaciones contra las reformas legislativas de Rodríguez Zapatero –la nueva ley del aborto, el matrimonio igualitario o la educación para la ciudadanía–. Ahí vimos cómo la Iglesia católica también se puede volver un actor central, igual que sucede en América Latina o en Polonia. Es verdad que en España en los últimos años están haciendo una oposición menos directa. Podríamos preguntarnos si se ha producido un pacto entre las instituciones españolas de la Iglesia católica y el propio Gobierno.

El Concordato…

El PSOE se presentó a las elecciones con un programa de laicismo muy radical y todas esas promesas se han diluido. Y al mismo tiempo, se ha aprobado la ley de eutanasia, que debía ser un eje de movilización fundamental para la Iglesia católica, pero que ha tenido un perfil bajo en esta cuestión.

Bueno, aquí tenemos a jueces y juezas que están impidiendo que algunas personas puedan acogerse a ese derecho. Quizá los obispos no necesitan calle.

Están los jueces, sí, pero los ultras también buscan otro tipo de estrategias colaterales que les permitan poner trabas. En la cuestión del aborto, el hecho de que no se pueda abortar en la sanidad pública en muchas comunidades también está relacionado con que los fundamentalistas copan los comités éticos de los hospitales, e intentan que más y más médicos se declaren como objetores de conciencia dentro de los hospitales públicos. Digamos que hay herramientas colaterales para intentar influir políticamente cuando no consiguen cambiar las leyes.

Hablemos un poco más de la iglesia católica, ahora que nos recuperamos de las loas al papa progre.

La Iglesia católica es un actor central de toda esta reacción ultraconservadora y ha generado algunos de los elementos discursivos centrales de estas guerras de género contemporáneas. Uno de ellos es la defensa de la familia y otro es la ideología de género, que es un concepto que inventa el Vaticano. A partir de los noventa, los derechos sexuales y reproductivos empiezan a avanzar en organismos internacionales como la ONU. Y la institución católica siente que tiene que reaccionar ante ese avance, para lo que crea el concepto ideología de género, que pretende combatir el concepto género, una aportación feminista que hace referencia a la construcción cultural de los roles de género. La Iglesia dice que el género es una invención, que es ideología, porque el hombre y la mujer están biológicamente diferenciados. Y esa diferencia biológica forma parte del orden divino –del orden natural en la versión laica–. De manera que el objetivo aquí es reafirmar los roles de género que sirven para naturalizar la división sexual del trabajo que está en el origen de la desigualdad entre hombres y mujeres –estos proyectos buscan reafirmar la desigualdad social en todos los órdenes–. Ya sabemos: tradicionalmente, el ámbito público y de la producción se asignaba a los hombres, mientras que el ámbito de los cuidados y del hogar era de las mujeres. Además, la ideología de género se ha convertido en un concepto capaz de aglutinar a distintos actores sociales incluso a nivel internacional. Es un concepto muy poderoso.

Cerremos con el horizonte, el que vemos y el que viene.

El problema de sacar una foto fija es que nos encontramos justo en el ojo del huracán de muchísimos cambios, tanto de las formas de organización del capitalismo como de la hegemonía internacional. En medio de estas crisis, no sabemos bien cómo se va a reconfigurar el sistema. La emergencia de la extrema derecha es parte de ese momento de inestabilidad global. La pregunta aquí es si realmente estas extremas derechas tienen una salida económica o incluso política viables en este horizonte de múltiples crisis. Yo creo que no, y que intentan experimentar con nuevas formas más autoritarias que sean capaces de controlar las irrupciones sociales. Y una de las estrategias fundamentales en momentos de crisis siempre ha sido culpar a los extranjeros, culpar a las personas racializadas. Como hacía el fascismo clásico, se trata de desviar el conflicto social: las desigualdades económicas se refractan a través de la lente del conflicto étnico o cultural, por eso también tienen un papel muy importante de las cuestiones de género.

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Las guerras de género se presentará en Madrid el 22 de Mayo a las 19h en el Ateneo La Maliciosa (Calle Peñuelas, 12). Acompañarán a la autora Amelia Martínez-Lobo, de la Fundación Rosa Luxemburgo, Marina Echevarría Sáenz, activista LGTBIQ+ y miembro del Consejo Editorial de CTXT y Charlie Moya de Traficantes de Sueños.



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