Sencilla en apariencia, esta empresa se ve dificultada considerablemente por la naturaleza misma del discurso žižekiano, donde nos enfrentamos pronto a un problema absolutamente central: ¿tratar de ordenar, sistematizar y buscar coherencia en un pensamiento que confía en la voluntad de desorden como su principio gobernador no es igual a malentenderlo? ¿No hallamos la esencia, la gracia, el je ne sais quoi de la
obra de Žižek precisamente en su fragmentariedad, en su resistencia a la sistematización, en sus grietas, sus tensiones, en su particular idiosincrasia?