Reseña a «El jardín del Prado» de Eduardo Barba Gómez

En «El jardín del Prado», Eduardo Barba Gómez nos invita, como señala el subtítulo, a dar «Un paseo botánico por las obras de los grandes maestros» gracias a señalarnos pequeños (y grandes) rincones de algunas de las obras de arte que se encuentran en el Museo del Prado en los que aparecen representaciones del reino vegetal. A veces de manera tímida y casi escondida (como la trinitaria en la «Ofrenda a Venus de Tiziano), a veces en todo su esplendor y de forma exuberante (como el pino piñonero que ocupa la «La historia de Nastagio degli Onesti», de Sandro Boticelli).

A través de «El jardín del Prado» podemos ir más allá del color, la luz o la composición de distintos cuadros, descubriendo olores y sabores escondidos en ellos.

Sin embargo, este libro no es una enumeración de obras de arte ni se trata de un intento de visu con valor artístico. En él se cruza la botánica, la poesía, el arte pictórico y lo biográfico, demostrando que la separación que muchas veces nos empeñamos en crear en busca de una especialización extrema es, en realidad, una ilusión.

El valor del libro de Eduardo es, en este sentido, la ruptura con una ficticia división entre arte y naturaleza, entre el «conocimiento objetivo», medible y aséptico, y lo personal y subjetivo. Nos invita de manera sutil y amena a desaprender unas estructuras llenas de fronteras y falsas independencias que acaban por ser limitantes a la hora de observar y, por lo tanto, de entender la realidad.

Un libro imprescindible para un momento en el que la inmediatez, las impresiones y lo tosco rigen nuestras vidas, mientras que lo sutil, la observación y la reflexión parecen no tener cabida. La ceguera vegetal no afecta únicamente la manera en la que miramos las obras del Prado, también a nuestra capacidad de situarnos y relacionarnos con nuestro entorno. Así, Eduardo Barba nos recuerda la importancia de mirar, de observar y, sobre todo, de conocer y reconocer lo que nos rodea.