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Nota editorial de «Nuestra historia es el futuro»

Nick Estes cuenta que una antigua profecía siux habla de Zuzeca Sapa, la serpiente negra que se extiende por la tierra amenazando todo tipo de vida. De la cabeza, o de las muchas cabezas de la serpiente, brotan la muerte y la destrucción. Zuzeca Sapa es hoy el oleoducto Dakota Acces, y son todos los oleoductos de las multinacionales que invaden y atraviesan el territorio indígena de las grandes llanuras estadounidenses transportando oro negro. Pero las profecías no predicen el futuro, ni son acontecimientos místicos o intemporales. Son diagnósticos de la época que vivimos y visiones de lo que hay que hacer para liberarse. La serpiente negra augura la catástrofe, pero también historias de resistencia. En ese sentido, entiende el autor, las profecías son teoría revolucionaria: nos ayudan a pensar en la lucha y en el futuro a partir de nuestra relación con la tierra, con los otros seres humanos y no humanos, y con el tiempo.

Ese es el propósito del libro: trazar una genealogía de las luchas nativas ocurridas durante los últimos siglos, como herramienta para entender un pasado común y la pertenencia a un pueblo, y para conseguir el empoderamiento colectivo a través de reivindicar la identidad y, sobre todo, el pasado de lucha colectivo.

Estes nos muestra crudamente el relato que la cultura capitalista ha realizado sobre las naciones originarias que habitaron las praderas del Medio Oeste norteamericano: un pastiche de clichés cinematográficos funcional para los intereses de las élites. En él aparecen tribus nómadas que trasladan tipis y enseres en parihuelas cochambrosas en busca de gigantescas manadas de bisontes. Se proyecta la imagen de una sociedad poco sofisticada e impotente ante la avalancha civilizatoria, compuesta por mujeres sumisas inexpresivas y guerreros bravos de arrojo temerario. Los indígenas asaltan diligencias, raptan niñas y cortan cabelleras, con tocados de plumas llamativos y alaridos descontextualizados que suenan estrafalarios. En definitiva, se retrata a aborígenes organizados en sencillas comunidades primitivas, demasiado rudimentarias para adaptarse a la vida moderna, y abocadas a la desaparición en el marasmo del alcohol y las baratijas tecnológicas de la modernidad.

Sin embargo, la historia de quienes habitaron las grandes praderas de los Estados Unidos y ahora están confinados en reservas, como la biografía del resto de tribus indias, es una epopeya de resistencia y resiliencia frente a cuatrocientos años de violencia implacable. Para el supremacismo blanco, que como en Sudáfrica o Palestina, no quiere recordar sus genocidios, el tiempo es una línea recta que le distancia de los espantosos crímenes cometidos. Pero la cosmogonía indígena, que integra pasado y ancestros en el presente, no olvida el incumplimiento de acuerdos federales, la expropiación de propiedades privadas y terrenos comunales, o los millones de búfalos exterminados. Tiene memoria de la propagación intencionada de enfermedades mortales, del secuestro institucionalizado de menores, de las violaciones y asesinatos, de la eugenesia y el apartheid, del extractivismo minero e hidráulico.

Las tribus indias sostienen una mirada digna a ese pasado de martirio gracias al apoyo mutuo y la horizontalidad en la toma de decisiones y, en las últimas décadas, a la desobediencia civil, la acción directa noviolenta y los sabotajes. Es su modo de reponerse al dolor acumulado y de seguir en pie, proyectándose hacia el futuro, a pesar de la desposesión y la humillación permanentes. Una manera de hacer radicalmente democrática, intergeneracional e inclusiva, un auténtico canto de amor a la vida.

Nuestra historia es el futuro habla de que el compromiso militante y no rendirse jamás son necesarios para las vidas plenas. Y de que es en la interacción del plano colectivo donde los individuos alcanzan a realizarse, desde el respeto, la solidaridad y la empatía. Su propuesta, la de las naciones originarias de las grandes llanuras, es sin duda revolucionaria.

En gran medida, la historia de las pueblos de las praderas se ha perdido o ha sido destruida desde la llegada del colonialismo. Este libro no pretende contar una historia completa ni tampoco lo mejor de su legado porque algunas de sus tradiciones, esperanzas y raíces no las escribirán nunca, para que el mundo no las vea. Pero estas páginas recogen buena parte de lo que le dejan ver al mundo. Cuenta la lucha contra una infraestructura petrolera y otras muchas peleas contra el expolio y el desprecio. Léelas, hombre blanco. Es la historia de un pueblo orgulloso: un pueblo que cree en la tierra y en sí mismo, un pueblo civilizado antes de que tú llegaras, y que seguirá siéndolo cuando te vayas.

Pamplona-Iruñea
Noviembre de 2021



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