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Nota editorial de «La vida bajo bandera pirata»

¿Quienes son los piratas del siglo XXI? ¿Los hackers que revelan documentación de las agencias de seguridad sobre los programas gubernamentales de vigilancia masiva? ¿Quienes cruzan el Mediterráneo en pequeñas embarcaciones? ¿Los centros sociales okupados que construyen proyectos liberados de las lógicas del beneficio económico? ¿Los campamentos de resistencia que impiden la construcción de autopistas, aeropuertos, trenes de alta velocidad o plataformas logísticas, y que interrumpen el movimiento de mercancías del capitalismo global? ¿La radio libre que emite ilegalmente programas sin censura previa ni autocensura? ¿Los grupos que roban comida en supermercados, la cocinan y la reparten entre personas sin techo de su ciudad? Todos estos colectivos comparten una mirada cómplice hacia la mitología pirata pero, más allá de romanticismo, clichés o aproximaciones superficiales, ¿cuáles son los elementos que siguen haciendo tan fascinantes aquellos barcos que saqueaban los buques de las potencias coloniales? El atractivo estético es innegable pero, habida cuenta de su connivencia con la esclavitud, su funcionamiento patriarcal y, en ocasiones, la violencia injustificada, ¿qué más hay para que ese fenómeno complejo y con tantos aspectos tan problemáticos resulte tan seductor?
Al principio, los corsarios holandeses, franceses e ingleses asaltaban, con patentes de corso, barcos y poblaciones de la Corona española. Esa piratería mercenaria fue crucial en una forma de acumulación primitiva basada en el Estado monárquico. Su papel fue decisivo para la monetización de la economía europea y el fin del trueque, en particular a través del saqueo del oro y la plata sudamericanos. Sin esa monetización, la forma mercancía no habría podido generalizarse, y el capitalismo industrial no se habría desarrollado tal y como lo conocemos. Esa primera piratería fue indispensable para la gestación del capitalismo industrial en Inglaterra y, en ese contexto, los corsarios formarían parte de la genealogía burguesa.
Sin embargo, al mismo tiempo, miles de marineros enrolados tanto en las flotas reales como en los navíos bucaneros, procedentes de talleres, granjas o fincas, habían entrado no solo en una de las grandes maravillas tecnológicas de la época, sino también en un nuevo conjunto de relaciones productivas. Confinados en un entorno laboral espacialmente limitado, obligados a mantener hábitos y horarios regulares, y a establecer relaciones de cooperación con otros trabajadores y con sus supervisores, fueron precursores del trabajador en la fábrica. La experiencia de los nuevos modelos de autoridad y disciplina del mar prefiguran el trabajador fabril de la Revolución Industria y, desde esa perspectiva, esos primeros corsarios también formarían parte de la historia de las clases subalternas.
Cuando, en su disputa con la Corona española por el control del Caribe y del tráfico trasatlántico, Inglaterra, Francia y Países Bajos consolidaron sus cabezas de puente, y articularon su propias cadenas de expolio de riquezas, los bucaneros pasaron a ser prescindibles. Países Bajos les retiró su apoyo en 1673, Inglaterra en 1680, y Francia en 1697, y aquello dio comienzo a la Edad de Oro de la piratería, que llegará hasta 1730, con el paréntesis de la Guerra de Sucesión española entre 1701 y 1714, durante la cual los piratas volvieron al saqueo patriótico. Es la época protagonizada por sujetos impuros que no se someten a ninguna administración, cuyas tripulaciones tienen capitanes que pueden ser revocados por la asamblea en cualquier momento, y que desarrollan una suerte de seguridad social embrionaria garantizando indemnizaciones económicas y derechos específicos a los compañeros mutilados en combate. ¿Hasta que punto resuelven las organizaciones anticapitalistas actuales los retos políticos, organizativos y económicos en esas mismas claves?
Perseguidos por los gobiernos que antes los habían amparado y que los llevaron, a casi todos ellos al cadalso o al fondo del mar, ¿qué empujó a esos miles de piratas a embarcarse en una piratería que le hizo la guerra al mundo entero? Los animaría un rencor profundo hacia sus antiguos capitanes en la Marina y en los buques mercantes, y hacia las autoridades, cuyos malos tratos crueles cotidianos serían difíciles de olvidar. Seguro que abundaron los individuos físicamente endurecidos y emocionalmente insensibilizados, condiciones necesarias para sobrevivir a las exigentes y peligrosas condiciones de la navegación por alta mar. ¿Cuánto de esto último hay entre quienes enarbolan banderas negras con calaveras en la actualidad, y hasta qué punto son deseables o imprescindibles esos cuerpos o subjetividades en la política radical?
Considerando lo anterior, y que la decisión de hacerse pirata en la Edad de Oro suponía una reducción drástica de las expectativas de vida, Gabriel Kuhn defiende que necesariamente tuvo que operar también una profunda pulsión liberadora nietzschiana. Una vitalidad existencial impulsada por una fuerza antiautoritaria y emancipadora increíblemente poderosa, que no se somete a convenciones sociales, principios éticos o ideales políticos. Se trataría, dice el autor, de una fuerza dionisíaca, plena de éxtasis, fiesta y «locura inspirada», genuinamente anticristiana, y cuyos deseos se caracterizarían por la iniciativa, la audacia, la venganza, la astucia, la voracidad y el ansia de poder. De modo que, ¿cuánto de esto, y cuánto de esto necesitamos, en la política radical contemporánea?
Gilles Deleuze y Félix Guattari añadirían que los bajeles piratas, en cuanto que organizaciones nómadas, fueron máquinas de guerra que no tenían como objeto la guerra, sino trazar una línea de fuga creativa orientada a destruir la forma-Estado y la forma-ciudad contra las que chocaban. Ciertamente, aquellas frágiles comunidades humanas al margen de la ley no trataron de reproducirse sustituyendo a las metrópolis europeas. Al contrario de lo que pueda pensarse, eso no fue una debilidad, sino fundamental en su éxito efímero, y es también una tarea impostergable de la política radical en el siglo XXI: la construcción de una agenda contra el Estado y más allá del Estado.
Pamplona-Iruñea
Noviembre de 2021



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