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#BAMCulturaViva: comunidad, música y contrapoder

Hace un par de viernes Ana, Hedoi y yo nos metimos en un coche y tiramos para Barcelona. Nos habían invitado al BAM Cultura Viva, un cachito de la programación de las fiestas de La Mercé dedicado a pensar y probar las posibilidades de las prácticas cooperativas y comunitarias en la organización de eventos culturales. Querían que contásemos lo que hacemos en “Iruñea NOLA?” dentro de esos encuentros. Para nosotras, además, era una oportunidad de lujo para conocer a esa gente que monta cosas a escala gran ciudad y que forma parte de redes a escala gran ciudad, para hacerles preguntas y tomar nota de todo.

El día antes de llegar, supimos que habían atracado en el puerto varios barcos sorpresa, con dibujos animados por fuera y policía por dentro. Por la carretera adelantamos a unos veinte vehículos de la guardia civil: jeep verde, furgoneta blanca, jeep verde, furgoneta blanca, jeep...

Cuando llegamos, nadie sabía qué pasaría el 1-O, pero ya era difícil hablar de otra cosa. La ciudad emitía sensaciones en estéreo. Por una oreja ambiente de fiesta mayor, por la otra de estado de sitio.

Y en el viejo Sant Andreu, el recinto de Fabra i Coats (“fábrica de creación” le llaman desde hace un tiempo) desprendía calor, como una hoguera a la entrada del otoño, como un buen lugar en el que juntarse. Los letreros repartidos por el lugar parecían las consignas de una insurgencia: Contra la represión: derechos, libertades y cultura viva. En el panel que resumía las conversaciones del viernes, por ejemplo, se podía leer en tiza, como si fueran claves de una estrategia: cooperativismo, espacio público, creación, precariedad, escucha, comunidad. Por todas partes, gente trabajando con camisetas y logos de cooperativas. Cinco escenarios, dos barras, varios puestos de información...¿Estaba toda la infraestructura de un evento de ese tamaño a cargo de empresas políticas, de una red de economía social diversa y potente? No sólo eso, si no que, además, funcionaba: actividades puntuales, información clara, todo iba bien y se movía sin esfuerzo aparente.

La escala también era importante. No sabría ponerlo en cifras, ¿qué habría? ¿Entre 200 y 500 personas según el momento del día? Da igual. El ambiente guardaba esa proporción humana que te permite saludar, preguntar y cruzar miradas sin extraviarte. Los espacios informales, que muchas veces son lo más importante en esta clase de encuentro, se abrían muy fácilmente. En los conciertos podías ver todo el rato una coreografía de pares y pequeños corros que se juntaban y se disolvían para conversaciones breves, presentaciones y comentarios furtivos al calor de la verbena.

Y ojo con el peligro de sobrestimulación y agotamiento por exceso de oferta. No era fácil elegir entre las propuestas simultáneas: conciertos, talleres, pinchadas, una exposición, una paella gigante... La Broken Brothers Brass Band hizo correr el rumor de que, además de discos, habían traído consigo un bidón de sangre vasca adulterada con speed. No nos atrevimos a preguntarles, pero habría hecho falta algo así para poder con semejante aluvión de propuestas.

A medida que íbamos hablando con la gente, nos dábamos cuenta de que, igual que la ciudad, estaban emitiendo en estéreo: por una oreja cultura, cooperativismo, derechos, economía social; por la otra precios del alquiler, turismo, privatización, precariedad. Si la cuestión es resumir este BAM Cultura Viva, yo diría que fue un muestrario de posibles resonancias entre esas dos señales: la del deseo y la de los problemas. Mejor dicho, fue un catálogo en vivo de distintas formas de desplegar la música como actividad comunitaria antes que producto de mercado.

Y aquí “comunidad” es la palabra clave. La música produce sentido. Para ello requiere y a la vez genera una comunidad que valida ese sentido, lo refrenda. La música construye, fortalece comunidades, que son los contrapoderes más eficaces frente a las distintas formas de asedio que sufren nuestras ciudades. Podríamos decir, a modo de guiño final, que abrir espacios para la música es por tanto tomar partido en la batalla del capital contra la vida. BAM Cultura Viva ha sido un recordatorio de la urgencia de esa tarea y un estímulo para reiniciarla. Frente a las violencias cotidianas, frente a cualquier negación de dignidad y derechos, hacer que suene una música atravesada por la vida, como una sirena portuaria.

Luis Soldevila Mataix



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