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Reseña «Un pueblo de Oklahoma»

«Ahora nosotras también lo sabemos, o, como solía decir mi abuelo allá en Oklahoma: una tortilla siempre tiene dos lados»*

George Milburn: Un pueblo de Oklahoma, Sajalin, 2017 Barcelona
Trad. Ana Crespo

Años 20. Un pueblo del sur profundo de Estados Unidos. Sus historias narradas sin reservas. Testimonio de una época lejana, pero no distante en los afectos y efectos. Los cuentos que atraviesan el libro podrían estar pasando ahora. Igual, pero sumados ochenta años de avances tecnológicos, que no han modificado esa orografía mental de sus pobladores. Los hombres y mujeres que aparecen retratados en esa aldea, trasunto de la que abandonó el autor cuando contaba diecisiete años, muestran ese abanico extraño de migrantes, creencias (y no) religiosas, racismo, etc… que han conformado la historia de este país.

Fanáticos religiosos, beatos, granjeros ricos y paupérrimos, policías, banqueros, tenderos, ayudantes de diferentes oficios conforman una galaxia de vidas narradas con una maestría y sencillez impecables por George Milburn. Y, como resaltamos en la cita de Gore Vidal y su abuelo, muchas veces con desenlaces o desarrollos inesperados. La riqueza de las descripciones queda fielmente resuelta en la magnífica traducción de Ana Crespo.

Concisos, cortos, contundentes. Cada relato es como reja que horada al lector y lo imbuye de ese mundo ajeno pero cercano, desconocido, a pesar de películas y series. Durante la lectura subrayo la misma cita que elige el enorme editor de Sajalín para la contratapa del libro. En ella, el alter ego del autor que se retrata en el último cuento del libro como el joven David (se aleja del pueblo):

«- ¡Adiós pueblo de mi niñez! (…) Me voy a la ciudad a trabajar de periodista. ¡Adiós vecinos insulsos y aburridos! Me voy a conocer mundo y hacerme famoso. (…) ¡El mundo es mío y voy a hacer con él lo que me venga en gana! ¡Adiós, pueblecito, adiós!
En aquella época, David no sabía lo que era trabajar duro ni conocía la derrota. En aquella época era feliz. Tenía diecisiete años.»

Y escribiría libros tan maravillosos como este.

Eduardo Irujo

*Gore Vidal: El último imperio, Madrid, Síntesis, 2002, p. 287.



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