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Natchez está ardiendo

Y a nadie le importa. El miércoles por la noche leí una nota de facebook en el muro de la casa de discos Fat Possum: «Elmore 'Elmo' Williams, bluesman de Natchez, Mississippi, murió anoche a los 83 años de edad. R.I.P.»

No hay ninguna otra noticia de la pérdida en todo internet. O al menos hasta donde yo he sabido buscar. El pobre Elmo, además, tenía la mala suerte de compartir nombre y apellido con un productor de Hollywood que también murió hace poco. Todos los resultados en Google, por tanto, apuntan al ganador de un Oscar por Solo ante el peligro, ninguno al guitarrista de Takes One To Know One. Claro, normal, ¿o qué esperabas?

No esperaba nada, pero se me hizo un hueco que tuve que tapar con un humilde ritual de despedida: poner sus canciones, una tras otra, durante horas, en la cocina. Estoy casi seguro de que no hay otro disco al que haya vuelto más veces que al Takes One To Know One. Hasta ahora no me había preguntado en serio por qué. Resumía sensaciones con un me flipa o es brutal y a otra cosa.

Pero Elmo ha muerto, y eso hace pensar. Las visitas inesperadas también. Porque el viernes pasaron por la cocina Egoitz y Oroel, de The Titanians y el sábado Ion, de la Broken Brothers Brass Band. Trajeron sus CDs nuevos: From ZeroKoma to The Titanians e Ildoa Landuz. Ellos no sabían nada y yo tampoco se lo dije, por las prisas del trabajo en la cocina y por el pudor de parecer un loco, pero de repente fue como si hubiera un funeral de verdad, con amigos que dan abrazos y llevan ofrendas para la familia. Me sentí acompañado, reconfortado en ese duelo absurdo. No he dejado de ver conexiones desde entonces. Creo que el fuego de Natchez ilumina algunas de las cosas que están pasando en la música de aquí.

Pienso sobre todo en la belleza. No en el sentido clásico de proporción, de armonía, sino más bien en lo otro, en el desborde que la tradición flamenca llama el duende. Federico García Lorca dejó escrito: «Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: "El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies". Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.»

La música de Elmo, a mi modo de ver, tiene esa facultad de la sangre, que es a la vez viejísima y en acto. Quiero decir: que viene heredada de siglos atrás y tiene a la vez el calor del ahora. Los pies son también importantes. Elmo los tenía en el suelo. Sólo pudo dedicarse a tiempo completo a tocar durante dos años, 1998 y 1999. El resto de sus días fue carpintero, carnicero y pollero. Vivió siempre en Natchez, extremo sur del Delta, y tocó sobre todo por los alrededores. Sus canciones resuenan con las fatigas de la vida (orfandad, entusiasmo, abandono, pasión, trabajo, amor) en parte porque sabe colocar las trampas viejas del blues, pero también por su falta de complejos a la hora de salirse de lo aceptable, de perder las formas y romperse la camisa. Porque representar la experiencia de ser pobre en el Mississippi, darle un correlato estético digno, no se consigue repitiendo fórmulas.

The Titanians y la BBBB han visto Natchez ardiendo. Si no, no habrían hecho los discos que han hecho, llenos de saberes antiguos pero cargados de percusión sobre el ahora. Su ofrenda a Elmo Williams no fue casualidad, se lo debían, lo supieran o no. Puedes descansar tranquilo, viejo. La tarea de cantar el mundo como si fuera un lugar terrible pero hermoso, la tarea de abrir espacios sonoros para que la gente se reconozca y se junte, la tarea de crear imágenes de la vida muy reales y muy dignas, la tarea de hablar de la fragilidad y las miserias pero sobre todo del futuro, no acaba contigo. Hay gente aquí que se lo está tomando igual de en serio que tú.

Luis Soldevila



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